Nos creemos imprescindibles en nuestro trabajo, hasta que visitamos el INEM. Vivimos con la autoestima alta en la seguridad de ser una pieza clave en el crecimiento de nuestra empresa. Pensamos que somos insustituibles. Hasta que una mañana nos citan en ese despacho en el que hemos tenido mil y unas reuniones. Donde hemos ofrecido soluciones para salvar cualquier problema. Y mirándote fríamente a la cara, sin el menor reparo te espetan: “Te agradecemos el esfuerzo y los servicios prestados, pero nos vemos obligados a prescindir de ti”.
Tu única respuesta es un dubitativo “Pero…”, al tiempo que tus armas caen de golpe al suelo, tu autoestima desaparece y te vuelves vulnerable. Su contra respuesta a tu tímido “Pero” es más fría si cabe, “¿Para qué vamos a alargar esto? Lo dejamos cerrado hoy mismo. Será menos doloroso para ambas partes, ya te tienen preparado el finiquito”.
La frase está más que estudiada, ni un ápice de emoción, ni una gota de dulzura. Directa a eliminar tu capacidad de respuesta y a neutralizar tu sistema emocional. La misma persona que te ha pedido cientos de veces que le ayudes a resolver un imposible, te mira ahora, como si observara el infinito por una ventana durante una tarde de tormenta.
No te ofrecen ni una caja de cartón en la que llevarte tus cosas, como en las películas americanas. Ni una mirada de complicidad por parte de ningún compañero en la despedida. Así de golpe, sin haber realizado un curso de preparación al despido, estás en la calle. Sólo eres consciente cuando, después de una hora de firmar papeles, te encuentras sentado frente a un café. En la misma barra donde, hasta entonces, solías desayunar con clientes y con quienes creías amigos.
Es entonces cuando tu estado emocional empieza a dar señales de vida. Ira, rabia, traición, sed de venganza, miedo, impotencia. Y lo más duro, pensar en levantarte por la mañana solo, sin nada que hacer, sin saber qué hacer y sin saber qué sabes hacer.
Hasta ese momento eras imprescindible y has pasado a ser uno más en las listas del INEM. La autoestima ha bajado a niveles desconocidos en ti. En unas horas has dejado de saber quién eres. Lo más cruel es que no volverás a saberlo hasta asumas que eres algo más que un sujeto que paga un montón de facturas.
Solo después de haber sufrido la vergüenza de decírselo a tu familia y amigos más íntimos. De sentir que has pasado a ser un desecho social. Sólo después de intentar buscar trabajo, en eso en que eras muy bueno, y no obtener ninguna respuesta ni resultado.
Después de pasar horas y días desesperado cotilleando en Google y en la web del INEM. Y de leer a escondidas un repertorio de libros que te ayuden a enfrentarte a ti mismo. Solo cuando decides abandonar el estado de lástima y emprendes el camino de pasar a la acción, surge la palabra mágica: Reinvención.
Un mundo inexistente se abre ante ti. Curioseando encuentras entreluces.es. Vuelves a mirarte en el espejo. Decides hacer eso que siempre te gustó y nunca te atreviste. Comienzas a dar los primeros pasos en tu fortalecimiento personal. Retorna la sonrisa a tu cara y el entorno, como por arte de magia, cambia. Es entonces cuando te das cuenta que quien ha cambiado eres tú.
Cuando estamos en el camino, todo es fácil. Me ha encantado el artículo